Kilómetros de carretera nos distancian la una de la otra, pero supongo que no pensamos mucho en aquel simple hecho cuando empezamos a hablar. Empezamos con un «hola» de los básicos, quizás un poco inexpertas a la hora de començar conversaciones. En mi mente imaginé tu rostro, dibujando tus labios e inventando el color de tus ojos, con un ligero rubor en tus mejillas.
Fue un alivio, poder confiar en alguien, contar algunos de mis secretos que supe que jamás llegaría a llevar a la tumba y compartir nuestra pasión por la escritura. Ambas supimos comprender el valor de algo tan simple como palabras y el poder que pueden tener sobre una persona. Comprendimos que crear historias con ellas era un verdadero privilegio y pudimos comprendernos la una a la otra a la perfección. Nos perdimos en océanos de letras, en canciones llenas de sentimiento y en noches en las que ninguna de las dos quería irse a dormir. Nos perdimos en nuestros propios mundos que creamos juntas.
Construimos algo nuevo; galaxias llenas de emociones y quisimos viajar hacia las estrellas y quizás volcar todos nuestros pensamientos en ellas. Prometiste que de alguna forma, harías que la luna bajara hasta mi ventana para susurrarme todos los sonrojos que yo te causaba. Y aunque nos separaban kilómetros de distancia, supiste transmitirme todo aquello que escribías, teniendo que leerlo dos veces por las fuertes emociones que me llegaban.
Cuando cierro los ojos, imagino que nos encontramos juntas, sentadas en una bonita alfombra y junto al fuego que calienta nuestros cuerpos e impide que el frío nos congele. Sabiendo que no te gusta el helado de chocolate, nos tomamos una taza de chocolate caliente y un poco de espuma queda en nuestras narices mientras nos reímos de forma incontrolable. Te levantas de repente mientras te sigo con la mirada y pones un vinilo de música antigua, de esas que nos gustan a las dos. Extiendes tu mano, invitándome a bailar y nos movemos de forma patosa, haciendo un esfuerzo por no tropezar con los pies de la otra. Y pese a que no me gusta bailar, hago un efuerzo.
En un mundo perfecto, jamás existirían esos kilómetros de por medio. En un mundo perfecto quizás estaríamos recorriendo las calles de París con un donut en la mano o quizás un macaron, que parece ser mucho más parisino. Bailaríamos cada medianoche hasta perder la vergüenza y gritar a pleno pulmón las canciones más cursis que jamás hubiéramos podido encontrar. Y cuando la presión del mundo fuera demasiada, nos cantaríamos al oído hasta que nuestras respiraciones volvieran a una velocidad aceptable.
Aunque no se tú, pero en la realidad en la que vivimos, las cosas tampoco están tan mal.
Puede que no nos encontremos precisamente cerca la una de la otra, pero seguiría sin cambiar absolutamente nada. Esta es nuestra historia; única. Nuestros caminos se han cruzado y seguiré cerca de ti por mucho tiempo, aunque pase lo que pase, no te olvidaré jamás.
Palabras Cosidas